Casilla de inicio

La ruina no es sólo algo que nos recuerda el pasado;

es también un recordatorio del futuro que nos indica

que nuestro presente también pasará a la historia.

Svetlana Boym

Hay historias que no sabemos empezar a contar. Los protagonistas, escenarios, sucesos y tiempos no son evidentes para nosotros mismos. Así me sucede con la historia que quiero narrar sobre mi colonia, la Portales. Lo único que tengo claro es el porqué de esta creciente obsesión por dar cuenta de este preciso entorno vital: es mi lugar en el mundo, donde me siento más yo.

Si pensara la vida como un juego de mesa, diría que esta colonia es mi tablero. Conozco tan bien sus calles que durante mis caminatas fácilmente registro los cambios que van sufriendo. Este es un lugar que expone sus marcas de cambio a vista de todos para que sean apreciadas. En sus rincones descubrimos las huellas de otras épocas, personas y sueños colectivos.

Aunque la Portales es mi sitio también amo viajar. Me emociona sentirme fuera de lugar, no entender ni las costumbres, lenguas o dinámicas de destinos nuevos para mí. Sin embargo, con el paso de los años he descubierto que quizás una de las cosas que más me gusta de viajar es volver a mi barrio. Tan pronto el taxi atraviesa los puentes de Municipio Libre y Zapata para incorporarse a la calle Ajusco y pasar a un costado de la parroquia de Cristo Rey, me siento en casa. Cruzar los rieles de un tranvía que lleva décadas sin pasar, ver las casas antiguas, los negocios y esos árboles enormes que testarudamente invaden las banquetas y quiebran con sus raíces el concreto son algunos de los elementos del panorama “portaleño” que da la bienvenida.

Sólo ahora que me he propuesto escribir sobre mi colonia me doy cuenta de que los sitios más lejanos e insólitos que he visitado en el extranjero son también los nombres de ciertas calles de la colonia.  No sé si mi deseo de conocer esos lugares remotos nació inconscientemente de la curiosidad que despertaron durante mi infancia estas calles. Ahora me divierte la idea de que quizás nunca he salido de la colonia, como si hubiese encontrado un intersticio secreto e irreal en la Portales que me permitiese desplazarme miles de kilómetros sin poner un pie fuera de ella. Ya sé, demasiada ciencia ficción.

Pero volviendo a la colonia y sus virtudes, debo decir que lo que más me gusta de ella es su capacidad de ofrecer experiencias de vida muy diversas. Sus calles resguardan historias, personas y rincones muy contrastantes entre sí. En una breve caminata partiendo desde el Mercado de Portales fácilmente podemos encontrar a nuestro paso casas de adobe, condominios, vecindades, departamentos de interés social, city towers, iglesias de distinto culto, cafeterías de “chinos”, centros holísticos e incluso una escuela diseñada por Juan O ‘Gorman. Y qué decir del universo de personas que podemos encontrar aquí. Profesionistas, amas de casa, desempleados, baristas, indigentes, curanderos, albañiles, barberos, sastres, prostitutas trans, misioneros, delincuentes, docentes, tintoreros, taqueros, traficantes de drogas, extranjeros, estrellas de la farándula venidas a menos, mecánicos, satanistas, personal médico, travestis e incluso alguno que otro pachuco que ha sobrevivido el cierre del icónico California Dancing Club.

Una mirada cuidadosa al panorama de la Portales permite intuir relatos, recuerdos y sueños colectivos. Cuánta historia se devela si nos detenemos a observarla. Descubrimos, por ejemplo, que algunas calles conservan el trazo de los caminos comerciales del siglo XIX que formaban parte de la Hacienda de Nuestra Señora de la Soledad de Los Portales. Nos sorprendería saber que las glorietas de la colonia fueron proyectadas por ahí del 1888 por un tal Herbert P. Lewis. O quizás nos enteraríamos de que sus puentes viales han sido escenario de sórdidos adulterios, crímenes e incluso de una película de Baz Luhrmann.

Aunque recupero datos y fragmentos de historias, vuelvo obsesivamente a mi inquietud inicial: ¿Cómo contar esta historia? ¿Cuál es mi casilla de inicio? Sería absurdo querer crear una impresión ideal y completa de lo que es, y ha sido, la Portales. En todo caso es mejor rebuscar entre los infinitos fragmentos y esas huellas del pasado aparentemente desprovistas de toda asociación para ensayar algunos vasos comunicantes.

 La Portales es el tablero de juego, el contexto de los sueños y recuerdos de sus habitantes. Y yo quisiera echar un vistazo a esas ilusiones y promesas con las que se ha construido y transformado este barrio. Recordar la ilusión de movilidad social que motivó a mis abuelos a migrar a la ciudad para después instalarse en Portales y construir la casa familiar que ellos no tuvieron en la infancia. Sus esperanzas familiares se cruzaron con aquellas de los proyectos nacionales de educación, desarrollo económico y todo eso que fue el “milagro mexicano”.

¿Y cómo acceder a esos sueños? ¿Cómo hacer de la historia familiar un relato más amplio? ¿Cómo desenmarañar ese pasado que se mezcla con el presente? Ante la duda, improvisaré y comenzaré con un objeto ínfimo: un pequeño mosaico veneciano (esos de alberca) que con los años se ha desprendido de la fachada de casa de mis abuelos. Estratégicamente parto de este objeto porque no sólo contiene parte de mi historia familiar; para muchas otras personas estas piececitas de vidrio hablan de un pasado colectivo en el que Portales tuvo un segundo momento de bonanza, cuando se construyó el Mercado de Portales que hoy conocemos para sustituir aquel que originalmente se ubicaba sobre Calzada de Tlalpan, justo donde antes estuvo el casco de la hacienda.

Ese insignificante mosaico nos habla de las esperanzas y logros de generaciones pasadas. Lo cierto es que recuperar estos fragmentos vítreos no formará un retrato fiel del pasado, más bien conformará una imagen llena de claroscuros, contrastes y contradicciones, algo así como la experiencia misma de habitar este rincón de la Ciudad de México.  

Recientemente di con una fotografía antigua de la casa que construyeron mis abuelos. No sé quién la tomó, ni la fecha, ni con qué fin. Es una foto pequeña como las de antes, en blanco y negro. La tomaron, más que inclinada, chueca. No hay nadie en la foto, pero la puerta está abierta como si algo estuviese a punto de salir. ¿Qué historia podría surgir de esa puerta? ¿Podré a partir de ella dibujar una línea punteada que vaya desde el pasado hasta mi presente? Espero que sí.

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