Siempre habrá tiempo

Para Fer

Llevo un par de semanas escuchando los discos de Leonard Cohen mientras trabajo en la computadora. Suelo ser más productiva con otros ritmos, pero en este momento no hay música mejor para entregarme a mis monótonas, pero extrañamente gratificantes, actividades.

Cierro un mes de trabajo intenso, de pequeñas metas que alcanzar y de frenar el flujo a los pensamientos obsesivos. Hace años que no me sentía tan en sintonía. Supongo que son las rutinas y los ínfimos logros del día a día lo que nos mantiene en ruta. Tú sabes de esto, por eso hacer pan, deporte y música es tu herramienta para salir de aquel agujero que nos es tan familiar.

Es curioso, ambos proyectamos una sombra de manías y hacemos de las pilas de dudas laberintos en los cuales perdernos. Como a mí, te gusta volver una y otra vez a las preguntas sin respuesta, tentar a la angustia y observar el mundo bajo la luz menos favorecedora. No tienes miedo a la parálisis que viene después del desencanto.

Tengo la sensación de que la mayoría de las personas confunde nuestro gusto por el desengaño con tristeza. Sin embargo, comparto tu idea de que para aprender a estar en el mundo necesitamos encontrarnos contra la pared y darle la bienvenida al insomnio.

Me gustaría pensar que no hay nada más vital, más esperanzador que esta actitud ante la vida. Por eso nos agrada tanto Cohen, ese poeta atascado que se hizo monje y años después volvió para hacer las paces y cantarnos sus canciones más obscuras. Por cierto, hay una canción suya en la que no puedo dejar de pensar, se llama “Famous Blue Raincoat”. Ahora sí que la había oído antes, pero no escuchado. La historia es tan compleja y simple a la vez, esa es su belleza. En el fondo lo que me mueve es esa necesidad de lanzarle unas líneas a un amigo que por alguna razón salió de nuestras vidas. ¿Puedo decir eso de ti? Con esta pregunta me cimbra la realidad: tú ya no estás. Sin aviso, ni despedidas, sólo silencio.

Hay cosas que no tienen solución y tu silencio es una de ellas. Supongo que al igual que Cohen en la rola que traigo colgada de la mente, sólo quiero decir: “Te extraño”. Me hace falta tu amistad epistolar, echo de menos hablar de la fauna literaria que tanto nos emocionaba. Los conejos blancos de Cortázar y los gatos del Hemingway. Hablar sin ton ni son de nuestros venenos, recetas y series animadas predilectas.

Llevo meses con tus poemas en mi escritorio, los resguardo en una de mis carpetas más queridas. Darles forma de poemario es el proyecto con el que quisiera darte las gracias por tu amistad, pero fracaso cada vez que intento arrancar. Conforme recorro líneas, se forman preguntas que quiero hacerte, me dan ganas de volver a decirte que disfruté especialmente tal o cual imagen, pero la creciente tensión de los músculos de mi mandíbula me recuerda la realidad inescapable.

Siempre pensamos que tendremos tiempo, supongo que sin semejante ficción no podríamos funcionar o navegar el mundo. Pensé que habría más tiempo, más años de amistad y correspondencia.  Todo este tiempo no he dejado de pensar en cosas que contarte, me pregunto constantemente qué dirías de lo que escribo e imagino la forma que habrían tomado tus canciones.

Prometo que esta vez sí comenzaré tu poemario para terminarlo, aunque no logre quitarme la angustia de adjudicarme una tarea que nadie me encomendó ni me corresponde. No sé, siento que te lo debo, agradezco que te hayas cruzado en mi camino, aunque fuese tan efímeramente. Supongo que esa es la magia de la amistad, puede construirse a lo largo de décadas o suceder en un momento tal que dicho encuentro deja una marca para toda la vida.

Creo que al fin puedo releer tus poemas, al menos ya no me sobresalto ni me dan ganas de correr cuando veo a alguien que se te parece en la calle. Eso sí, lo haré imaginando que no he recibido noticias tuyas porque estás bien. Así solía ser, entre más feliz te sentías, más se espaciaban tus correos. Estoy segura de que me concederías esta mentira.

Hasta ahora amigo, te echo de menos.

P.