El peligro de estar vivos

I

Me enamoré de Sixto Rodríguez hace casi una década. Como muchas otras personas, descubrí a este músico de ascendencia mexicana gracias al documental Sugar Man (2012). Rodríguez rozó la fama a finales de la década de 1970, época en la que firmó un contrato con la legendaria disquera Motown y realizó un par de giras internacionales. Sin embargo, su éxito fue pasajero y al poco tiempo volvió a su trabajo de obrero en Detroit, esa ciudad de ruinas industriales y cuna de leyendas del rock.

Su desaparición de los escenarios lo convirtió en un mito y por muchos años sus seguidores lo dieron por muerto. La realidad ciertamente era más pedestre, Rodríguez simplemente volvió a trabajar en la construcción, eso sí, sin abandonar una elegancia que nada tenía que ver con la clase social o la riqueza. Su garbo estaba ligado más bien a la esencia del creador, esa cosa indefinible que tienen unos pocos que no necesitan estudiar para hacer obras de arte. Se cuenta que entre sus peculiaridades estaba vestir un traje negro a la Johnny Cash durante sus jornadas como albañil.

Sixto Rodríguez tuvo la habilidad de escuchar las historias que otros pobres diablos como él le contaban. Empatizaba con ellos, los comprendía e intentaba dotar sus vidas de algo de belleza cotidiana. Política, sexo, drogas, amor y precariedad son temas que habitan sus letras, pero siempre están expresados desde la mirada de una persona común y corriente. Quizás esa sea una de sus más grandes virtudes. Rodríguez fue un compositor capaz de conectar emocionalmente con un amplio público y cuyo talento no palidecía frente a un Dylan, un Cohen o un Cave.

Mi atracción por Rodríguez aumentó cuando escuché sus grabaciones en vivo. Los preámbulos a las canciones son inteligentes y un tanto sardónicos. En especial me gustan las palabras que anteceden la interpretación en vivo de una canción menor titulada “I´m Gonna Live Till I Die”. Allí, Rodríguez suelta las siguientes perlas:

Old? I´m not old… I´m ancient.

Aged? There´s only one age. Either you´re alive or you´re not.

I´m not getting old… I´m getting dead.

Desde la primera vez que escuché este preludio trágico-cómico algo hizo eco en mí. Fue uno de esos rarísimos momentos en los que escuchamos en boca de alguien más una idea que nunca habíamos logrado enunciar nosotros mismos. Como si ese pensamiento recurrente sólo pudiera articularse en voz de otro. Las palabras de Rodríguez permitieron que una intuición latente en mí desde hace años cobrara forma. Comprendí, gracias a él, mi propia manera de experimentar el paso del tiempo y esa lenta dosis de muerte que implica vivir.

II

Desde sus orígenes la especie humana ha temido el envejecimiento y la muerte. Dicha preocupación se ha entrecruzado con las búsquedas del más allá y del sentido de la vida. La obsesión con frenar el paso del tiempo nos ha llevado a soñar con fuentes de la juventud, santos griales y resurrecciones. Se sabe que en la China antigua la ingesta del jade era una práctica común para preservar la juventud y famosos son los los baños de leche de Cleopatra o la sangre de jóvenes vírgenes a la que Erzsébet Báthory recurría para conservar su belleza. Hoy nuestros elíxires van desde el ácido hialurónico, pasando por las arcillas del Mar Muerto hasta llegar a la toxina botulínica. Tal parece que a los humanos nos asustan en igual medida la muerte y el envejecimiento.

En lo personal no tengo problemas con envejecer. Considero que el paso del tiempo es una forma de acercarse a nuevas posibilidades y experiencias. Imagino la aparición inminente de canas como una oportunidad para experimentar con tinturas y colores. Y las arrugas no son amenazantes si las pensamos como un sello de nuestras emociones más recurrentes: alegría, miedo, enojo, tristeza. Por su parte, la delgadez, la gordura, la firmeza o su ausencia, así como ese limbo que se conoce como “embarnecimiento” son fases inevitables, así como oportunidades de “vestir” distintos cuerpos a lo largo de la vida. En nuestro afán de permanecer siempre igual o ser siempre nuestra “mejor” versión, no nos percatamos de lo aburrido de ser sólo uno, el mismo, con la misma forma.

Con lo que sí tengo problema es con no llegar a vieja, morir antes pues. En un país como México tan violento e inseguro envejecer se vuelve cada vez más en una proeza. Pero más allá de los miedos colectivos de la época que me ha tocado vivir, desde pequeña he sido susceptible a los susurros del tiempo, la enfermedad y la muerte. Mi historia, incluso desde el recuento que han hecho los otros de mi paso por el útero materno, ha estado llena de recordatorios sobre la fragilidad de la vida y la lucha perpetua contra la muerte. Hemorragias, defectos corporales, órganos deficientes y los típicos accidentes de infancia me convirtieron en una adulta extremadamente sensible a la impronta que deja existir en cada uno de nosotros.

Con el tiempo he aprendido a aceptar mi inescapable vulnerabilidad. La conciencia de que la vida ineludiblemente lleva a la muerte es como una discreta ola de mar ante la cual moverse es inútil. Quedarse quieto, dejarse envolver y aceptar su áspera caricia parece la mejor opción, cualquier intento de escape sólo nos hunde en la arena y paraliza. Lo negativo, la muerte, la enfermedad es parte de nosotros. No es algo que llega o nos invade. No es un enemigo externo, es nuestro cuerpo fallando, conjurando contra nosotros mismos, envejeciendo, quemando etapas. Somos nuestra propia bomba de tiempo, aunque no nos guste recordarlo.

 Quizás para acabar con una nota más alegre, complementaría las sabias palabras de Sixto Rodríguez con las de otro cantautor clave en mi educación sentimental. En una de sus mejores canciones, Fito Paez, arroja lo siguiente:

Si alguna vez me cruzas por la calle

Regálame tu beso y no te aflijas

Si ves que estoy pensando en otra cosa

No es nada malo, es que pasó una brisa

La brisa de la muerte enamorada

Que ronda como un ángel asesino

Mas no te asustes, siempre se me pasa

Es sólo la intuición de mi destino.

5 opiniones en “El peligro de estar vivos”

  1. Un texto hermoso y envolvente. Que sin duda abraza y lleva a la reflexión. ¿Qué es la vida sin la muerte? La vida es un camino hermoso que acompaña el tiempo… El tiempo, que va decorando nuestro ser de pequeños tatuajes, signos de existencia. Gracias.

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    1. Hola Tere, agradezco enormemente tus palabras. Me gusta mucho esta frase tuya sobre el tiempo decorando nuestro ser. Es justo esa manera positiva de ver el paso del tiempo. Gracias de nuevo por leer el texto y comentar. Muchos saludos.

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