Mi perseguidor y yo

No sé cuándo fue la primera vez que su presencia me perturbó. Sin duda llevaba años en construcción, pero las largas temporadas en casa durante la pandemia me impidieron apreciar los toques finales que lo hicieron sobresalir. Estoy hablando de un rascacielos, desangelado como la mayoría, que me sigue a donde voy. Su existencia me malhumora.

Si bien la zona en la que vivo cuenta desde hace años con infames city towers y condominios por todos lados, hasta ahora ningún rascacielos había interrumpido tanto mi panorama. Lo veo cuando estoy en la universidad, cuando voy a la librería, lo observo desde la azotea, lo distingo de reojo cuando camino al parque o cuando voy al cine. Me molesta poder verlo a kilómetros de distancia, en puntos tan diversos de la ciudad. A más de una persona le he sacado una sonrisa cuando hablo de mi perseguidor. Pero más allá de esta antipatía por un edificio que ni siquiera sé dónde se ubica, creo que mi relación con él puede servir como metáfora de la reacción que tenemos frente a los procesos de gentrificación.

Muchas veces depositamos nuestra ira en el lugar equivocado. Nos desagrada el homogéneo estilo global que asociamos con la gentrificación. Nos disgustan las terrazas que invaden la banqueta e impiden el paso de peatones, los locales de cerveza artesanal o la panadería vegana con precios prohibitivos. Creemos que los enemigos son el barista con su café de especialidad, los extranjeros que rentaron un departamento a través de Airbnb o cualquier persona con tez más blanca que la mayoría de los habitantes de la zona. Y si bien es probable que estas personas tengan una mejor posición económica, no son los culpables de la gentrificación. Ellos no son los billonarios que desarrollan la ciudad, ni tienen un puesto en el gobierno, ni impulsan la «revitalización urbana».

Insisto, colocamos en el lugar equivocado nuestro enojo. Es como cuando culpamos de todo al neoliberalismo. Es cierto que éste tiene la culpa de muchos males contemporáneos, el diagnóstico es correcto, pero es reduccionista y a la vez demasiado abstracto. Esta mirada, aunque direccionada hacia el lugar correcto, está desenfocada y provoca que ignoremos la presencia de alternativas. Nos sentimos bien al indignarnos, pero fácilmente perdemos el impulso de imaginar alternativas frente a las trayectorias actuales.

La geógrafa feminista Leslie Kern recomienda no obsesionarnos con los síntomas de la gentrificación, y sugiere, en cambio, seguir el rastro de dinero que deja este proceso. De lo contrario, perdemos de vista el esquema financiero y las dinámicas de poder que permiten la gentrificación.

Yo al depositar mi atención en ese odioso rascacielos, desatiendo lo que sucede en mi propia demarcación. Hace unas semanas, por ejemplo, se hizo pública la existencia de un “cártel inmobiliario” en la Alcaldía Benito Juárez, cuyos miembros son parte de la cúpula capitalina del conservador Partido Acción Nacional. Este grupo durante más de 15 años ha recibido sobornos millonarios a cambio del otorgamiento de permisos de construcción ilegales. Funcionarios, constructores, inmobiliarias y empresarios están involucrados en el escándalo. Terrenos cuyo uso sólo permitía la construcción de tres niveles de edificación y nueve viviendas, son hoy condominios de siete niveles con 24 viviendas.  

Pero, en corto, ¿qué es la gentrificación? Bueno, ésta es una estrategia urbana global cuya finalidad es expandir nuevos mercados. Y los jugadores son: un Estado empequeñecido que incentiva el lucro de particulares, corporaciones, bancos, inversionistas privados, agencias de bienes raíces, constructoras, inversión extranjera, así como funcionarios públicos corruptos.

Nuestra relación con la gentrificación es complicada. Damos la bienvenida a algunos cambios, mientras tememos otros. En mi caso, si bien me alegra que se planten más árboles, me da muy mala espina cuando se levantan bardas en espacios públicos como estrategia contra la delincuencia.

Para aclarar nuestro rol dentro de este complejo proceso urbano, Leslie Kern recomienda hablar de las maneras en las que nos afecta directamente. Ella sugiere dos:

  1. Afecta a quienes son físicamente desplazados de la zona, ya sean reubicados a la fuerza o al no poder pagar rentas al alza.
  2. Tiene un impacto en la calidad de vida y sentido de pertenencia de quienes permanecen. En este caso, los lugares pueden ser menos rentables o diversos culturalmente, se pueden privatizar los espacios públicos, se encarecen los servicios básicos, escasea el agua y aumentan los espacios vigilados.

Kern habla de estas dos afectaciones, pero reconoce que cada proceso de gentrificación tiene sus particularidades y que las consecuencias específicas dependen de cómo las personas están situadas en relación con sistemas de poder como género, sexualidad, raza, clase, edad, etc. También advierte sobre la facilidad de caer en la trampa de romantizar a los residentes originarios o demonizar a los recién llegados.

Pese al imperante sentimiento de desposesión que nos provoca la gentrificación, como individuos tomamos decisiones sobre cómo actuar dentro de los sistemas de poder. Y en este sentido, Kern recomienda identificar el rol que jugamos en lo que Deepa Iyer llama “el ecosistema del cambio social”. La finalidad de este ejercicio es observar los espacios profesionales, personales, educativos, geográficos, religiosos, sociales, institucionales e informales en los que nos movemos. Éstos son nuestras esferas de transformación comunitaria a un nivel muy básico, pero concreto.

Podemos tomar decisiones responsables de consumo, defender espacios públicos, denunciar el alza de rentas u hostigamiento por parte de arrendadores, solicitar la creación de más comedores comunitarios y de refugios para gente sin hogar. Incluso, tomarnos cinco minutos para conocer a nuestros vecinos, puede ayudarnos a comprender que los problemas que consideramos individuales son también comunitarios y, con un poco de voluntad, podemos crear relaciones de cuidado, fondos comunitarios y cooperativas. Quizás así, podamos contribuir a que todas las personas gocemos del derecho humano de contar con un hogar.

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